Dice el dicho popular que “más vale una imagen que mil palabras.” Esta máxima la aplicamos a nuestra vida diaria mediante la fotografía. Captamos con fotos los instantes que más no llaman la atención. De vez en cuando, recurrir a un retrato hecho por un fotógrafo profesional da un plus de calidad en medio de esa selva de millones de imágenes en la que nos desenvolvemos habitualmente.
La fotografía digital ha democratizado esta disciplina. Tocando la pantalla de nuestro móvil hacemos cientos de fotos que quedan guardadas por un tiempo en la memoria interna del teléfono. Algunas las compartimos por WhatsApp, otras las colgamos en redes sociales. En ocasiones, almacenamos las que más nos gustan en una carpeta del ordenador. Para documentar los eventos más especiales recurrimos a fotógrafos profesionales.
Bodas, bautizos, comuniones. La B.B.C. es la principal fuente de ingresos de muchos fotógrafos profesionales. La trinchera que les permite seguir viviendo de su pasión, proporcionándonos, en ocasiones, pinceladas de arte.
A estas fotos especiales, de un gran valor sentimental, se ha unido la tendencia a retratar momentos íntimos. No en el aspecto sexual, sino de etapas de nuestra vida que son importantes para nosotros. Un ejemplo de esto es la fotografía del embarazo. Mujeres embarazadas que van a un estudio fotográfico para inmortalizar ese periodo en el que están gestando a su hijo. Ana Galán, una fotógrafa sevillana especializada en este tipo de retratos, nos comentan que estas fotos tienen una gran fuerza emocional. La familia, y especial la madre, cuando las ve, rememora una y otra vez aquel momento.
Perversiones de la fotografía digital.
Las micro-cámaras fotográficas, instaladas en los teléfonos móviles, nos han convertido a todos en fotógrafos. Hacemos un sinfín de fotografías, pero por desgracia, muchas veces, sin pensar en cómo las estamos haciendo.
No quiero atacar en este artículo los avances de la tecnología, me parece algo ridículo. Pero considero conveniente señalar ciertas desviaciones que se han producido con esta democratización de la fotografía.
Hay que remarcar en primer lugar, que la fotografía digital ha traído avances significativos, incluso para los fotógrafos profesionales. Las nuevas cámaras fotográficas son más precisas y compactas. Captan mejor la luz y el enfoque. Eso se ve en la calidad técnica de la fotografía. Facilita la edición y ahorra espacio en el almacenamiento de material. Pero la fotografía no es solo técnica. Tiene mucho de sensibilidad.
Hacemos tantas fotografías hoy en día que no ponemos interés en cómo nos salen. No nos importa tener fotos repetidas. O hacer diez fotos de una misma imagen. Después de todo, las que no queramos las eliminamos del móvil con un clic. Si alguna no nos convence, siempre la podemos retocar con una aplicación de edición.
A finales del siglo pasado, como para hacer fotografías teníamos que comprar un carrete fotográfico y después llevarlas a revelar a una tienda, pensábamos mejor las fotos que íbamos a hacer. Acercarnos a la tienda a recoger las fotos en papel era un momento emocionante. Veíamos como habían salido las fotos que habíamos hecho.
Hoy en día, todo es tan inmediato, que las fotografías han perdido valor. Son fotos de usar y tirar. Antes, no hace tanto tiempo, las fotos reveladas se guardaban en un cajón o se colocaban en un álbum de fotos. Un auténtico libro fotográfico confeccionado por nosotros mismos a nuestra medida. Ver nuestras fotos o enseñárselas a las visitas era un momento especial. Hoy, es algo tan corriente como ojear las redes sociales o consultar el horóscopo.
Otro de los problemas que implica la fotografía moderna es que cuesta mucho más detectar a un buen fotógrafo. Como todos somos fotógrafos en potencia, y todos compartimos nuestras fotos por internet, el talento es más complicado de encontrar.
No quiero decir que cualquiera no pueda ser un buen fotógrafo si se lo propone, lo que quiero señalar es que ser fotógrafo no es tocar la pantalla del móvil. Como se mete todo en el mismo saco, la fotografía como arte se difumina.
La magia de la fotografía está en la mirada.
Así lo indica el fotógrafo Alberto García Alix en una entrevista que le hicieron para el periódico elDiario.es. “La fotografía son los ojos de alguien que te está contando una historia.”
García Alíx fue uno de los fotógrafos emblemáticos de la movida madrileña. En los años 80, siendo apenas un fotógrafo autodidacta, se vio envuelto en la ebullición cultural del Madrid de aquella época. Con su cámara portátil en mano decidió dejar constancia de lo que estaba viendo y viviendo. Su fotografía, tan personal y tan auténtica, se ganó la simpatía de los nuevos iconos culturales. Algunos de ellos, como Alaska, Ana Curra, Gabinete Galigari y Pedro Almodóvar recurrieron a él para que les ofreciera su propia versión.
El fotógrafo de origen leonés dio una visión directa y descarnada de aquel momento agridulce, hoy idealizado por el subconsciente colectivo. García Alíx hacía fotografías en blanco y negro, que él mismo revelaba en el cuarto oscuro de su estudio en un barrio madrileño. Lo sigue haciendo a día de hoy. Dice que no está en contra de los avances tecnológicos, ni de la fotografía digital, pero la fotografía analógica en blanco y negro le ofreció un canal en el que poder expresarse.
Para Alíx lo más importante de la fotografía es la mirada. Lo que quieres transmitir. Es lo que te determina el ángulo que le vas a dar a la foto, donde vas a colocar la iluminación o el decorado que acompaña y enmarca al modelo.
Lo que más ha hecho García Alíx son retratos. Los modelos de sus fotos son protagonistas y al mismo tiempo, relato. Están contando una historia, y la historia son ellos mismos. Lo relevante de la fotografía no es el rostro del fotografiado, sino el mensaje que está transmitiendo con la imagen. Un ejercicio de funambulista, que convierte a la figura humana en un instrumento que cuenta algo que lo sobrepasa.
En el 2021, Alberto García Alix publicó un libro llamado “Moriremos mirando”. Una obra en la que alternaba 55 fotografías con 50 textos escritos por él, que incluyen poesía, ensayo, esbozos de guiones, etc. Relacionados unos con otros por el momento en el que fueron escritos o como complemento de la imagen. Un ejercicio en el que reivindica la curiosidad investigadora del hombre. Su papel como testigo, y al mismo tiempo, actor. Una muestra viva de que la memoria del presente y del pasado reside en los ojos de quien lo cuenta.
La nueva edad de oro del retrato fotográfico.
El retrato fotográfico está viviendo un momento dulce, en ello tiene que ver su aplicación en la publicidad y el auge de las redes sociales. En especial Instagram y Pinterest.
La fotografía es un elemento estético, tiene que ver con la forma; sin embargo, debe reflejar un contenido, el fondo. Es evidente la fascinación que siente el hombre por la belleza. Ese interés por intentar captarla, por retenerla en una imagen fija indolente al paso del tiempo. Además de eso, la fotografía debe tener la habilidad de despertar una reacción en quien la observa. Rechazo o admiración, pasividad o acción, agresividad o ternura.
Este es el valor que la publicidad ha encontrado en la fotografía, y que existe en otras manifestaciones artísticas, pero que en el caso de la foto tiene un efecto inmediato. Para recibir un mensaje no necesitas escuchar una historia, ni leer un texto, ni ver un video. Te llega de golpe, en un flash. Aunque el cerebro tarde tiempo en procesarla, la información ya la has recibido.
Aunque sea de consumo inmediato, la fotografía lleva todo un trabajo detrás. No es la inmediatez del selfi. Hay que saber conjugar todos los elementos para transmitir una idea: la luz, el color, la perspectiva, el contraste, etc. Hasta aquellos fotógrafos que se dedican a hacer instantáneas, deben educar su intuición, su mirada y su habilidad para aprovechar las oportunidades.
Dentro de la fotografía, el retrato es uno de los géneros que tiene más poder de trasladarnos mentalmente a un lugar o un tiempo distinto y despertar nuestras emociones, mientras nos recreamos en la imagen.